sábado, 13 de junio de 2015

Invierno en la playa

Él decidió no ir a clase, dejar a un lado sus preocupaciones y embarcarse en la aventura de buscar su amor verdadero. El día acompañaba, era un perfecto día de verano. Las nubes y la amenaza de lluvia (amerizados por su música de Amaia Montero) lo acompañaron hasta llegar a la playa. Aquella playa que vio fiestas de verano, botellones de adolescentes y turistas franceses.

Para él era su playa de las primeras veces, su primera copa de garrafón, su primer beso sin amor, su lugar de reflexión... Se quitó las botas, caminó por la orilla con sus pantalones remangados. Dejó que la soledad le acompañase, le guiase... Fiel compañera, cruel consejera. Pensó en todo lo que había vivido, en lo poco que había conocido y en como el mundo de su alrededor avanzaba, crecía y él... Él seguía en su playa de las primeras veces. 

Se sentó, cogió la arena entre sus dedos y pensó en sus viejos amigos, en sus actuales conocidos.
Buscó en la mochila de sus recuerdos, encontró momentos de risas y prisas... Prisas por vivir corriendo, por avanzar sin disfrutar, por terminar cada etapa sin valorar que un día todo quedaría atrás. Le gustaba demasiado mirar el pasado, compararlo con su presente y quejarse de que el tiempo era muy efervescente, siempre se le desvanecía entre los dedos, igual que la arena que sostenía.

Pasó de forma veloz por su presente, ese que no le gustaba, ese que podría dejar atrás en unas semanas. Todo lo que necesitaba era volver a caminar, dejar de seguir sus viejas huellas, sostener bien la arena por una vez. Necesitaba compañía, alguien como él, un niño perdido, un adolescente efervescente, un joven adulto con muchos valores y poco futuro favorable.

Volvió a ponerse en pie, corrió por la orilla, el agua salpicaba hasta sus rodillas, no tenía ningún destino ¿Pero quien lo tiene? Quizá nunca encontrase su camino, tal vez terminase en una rutina cómoda y viable como el resto de adultos. Trabajaría ocho horas al día, gritaría a la tele en los telediarios, pagaría las facturas de forma impuntual y dedicaría menos de una hora al sexo semanal.

Paró en seco y empezó a reír. Ya había empezado a llover, sus botas estaban al otro lado de la orilla. Un chico, él único que allí había, huyó de la arena al comenzar la lluvia. Él le miró huir, era realmente guapo, un adolescente que quizá también era efervescente. Pero huía, marchaba de allí por la lluvia, dejaba atrás su bahía de las primeras veces. Decidió gritarle al verle correr, se reía gritando lo guapo que le parecía, el buen culo que tenía y su sexy melena mojada al viento. Se dejó caer viendo al chico salir de la playa, ya estaba solo en su bahía, sin botellones ni franceses... Manchándose con esa arena efervescente que una y otra vez había palpado en sus primeras veces.