jueves, 29 de octubre de 2015

¿Cómo se hace una vida contigo? Conozcámonos... Otra vez.

Sentémonos a la mesa tú y yo, hagamoslo como dos desconocidos que se conocen de toda la vida. Finjamos que no nos queremos, no nos conocemos, que jamás nos vimos desnudos. Empecemos la cena que cierra el día, invito yo, pero pagamos los dos. Puede sonar catalán; intentad leer entre lineas, pagar es un concepto tan amplio...

Sonrieme y deja ese móvil en la mesa, en este garito de mierda no hay cobertura ni wifi. Seamos valientes, mirémonos a los ojos sin escudarnos en el whatsapp. Exacto, me he repeinado el flequillo por los nervios, me has calado; es demasiado temprano, la botella de vino sigue entera.

La conversación se llena de magia, nuestros móviles mantienen el 90% de la batería. Llevamos cuatro horas conversando y la cena ya se ha terminado. Dos botellas de vino, una cena perfecta, mil batallas relatadas, y cuatro risas por minuto que me hacen creer que la laca no es necesaria en un pelo tranquilo y relajado.

Te levantas al baño, bailoteo con mis tobillos bajo la mesa. La mañana ha comenzado, las y poco de la madrugada marcan un amanecer inminente y mi corazón se deshace cual pastilla efervescente. No me considero un loco delirante, pero de mayor siempre quise ser adolescente ¿Poca ambición? otros solo desean ser futbolistas.

Vuelves del baño, pago la cuenta (ya os dije que invitaba yo)  Salimos de ese maravilloso garito de mierda, cruzamos la puerta, pasamos el umbral del cielo y bombardean los móviles ¡Gracias altas redes de comunicación!
Me miras, sonríes y bailamos bajo la luna. Mi móvil vibra y compite con mi corazón, el tuyo se choca contra mí presionando mi pantalón... No, ya no sé si hablo del teléfono.

Amanezco en una batallada de sabanas, el móvil suena sin parar y lo cojo con torpeza ¡Genial! he vuelto a ponerme en la oreja un notificación de Instagram...
Compruebo la notificación y río a carcajadas ahogando un bostezo en mi mano. Una foto tuya y una pregunta ¿Cómo se hace una vida contigo? sumado a cincuenta "#" edulcorados y enamorados. Muy genial, nos hemos vuelto a conocer...


domingo, 11 de octubre de 2015

Correr sin tener prisa y llorar de la risa.

Siempre he sentido amor por expresar mediante palabras escritas lo que por palabras habladas me asusta. Es tan fácil elegir mediante la cabeza lo que el corazón bombea, enfrentarse al folio en blanco en vez de a las miradas.

Siempre confundo la timidez con la bordería, la bondad con un ataque voraz que censura una catastrófica serie de desdichas que acorazan la verdad. Sería genial cantarlas, crear un álbum indie de dramas y desdichas; no arrasaría... Bien lo sé, pero nunca quise ser el favorito de millones, me basta con ser el favorito de un solo alguien.

Soy totalmente conformista, busco la lluvia con el color del otoño, ropa cómoda y ajustada que no deje entrar las verdades que me amenazan, y una larga gabardina negra que dé elegancia a mis secretos inconfesables. Pisar charcos con botas grandes negras, de esas que no calan si juegas en los charcos como los niños, de esas que disimulan tu alma infantil y te hacen parecer un adulto de veinti y pico, y no de veinti poco.

Tampoco quiero ser mal interpretado, no pido ser un adulto maduro; solo rara vez quiero crecer, y esos son mis días más felices -¿Qué dices Keller? Digo que no quiero crecer, pero cuando quiero crecer soy ese niño que siempre quería ser mayor, y eso es genial (ser niño) es realmente genial.
Los juegos de mayores no son divertidos, solo los relacionados con la noche (no entiendo su nocturnidad) yo también quiero jugar durante el día.

Correr por la calle sin tener prisa, mojarte la ropa sin que importe el frío, llorar por alguien y no relacionarlo con la humillación, comer con las manos y mancharse la boca de chocolate. Parece que todo esto ya no nos sale, y yo ya llevo tiempo sin querer ser mayor (y eso me acojona).

No obstante, prometo descalzarme una tarde cualquiera por las calles, correr por ellas y reír hasta que empiece a llover, calarme de arriba a abajo y llegar a casa completamente mojado, provocar el enfado de mamá, y llenarme las mejillas de nocilla a falta de natillas.