viernes, 28 de julio de 2017

Desarmado.

Recuerdo la lluvia cayendo contra el cristal, atentando contra el silencio que quise mantener ante el derrumbamiento de toda mi enredadera. Ya no quedaban bloques de piedra en mi corazón; ya no me quedaba ninguna coraza de protección; ya no tenía ninguna opción en la batalla a la que me retó tu mirada.

Aquella noche fría y húmeda terminó toda batalla de contención.

Tu caballería armada con estandartes de sonrisas quebrantaron mis aposentos, resquebrajaron a mis soldados y, ante mi sobrecarga de armadura, desfallecí a tu lado. Sin mi revolver, con la mano en el gatillo y mi alma entre las sábanas me dejé proteger por ti.

Mi silencio se topó con tus caricias, miradas, sonrisas y ternura espontanea.

Ante ese sentimiento de protección, calor, amor y hogar; solo pude rendir pleitesía a tus dedos y dejarme abrazar por mi nueva realidad. Había sido vencido, derruido, destruido... Y, curiosamente, me sentía completa y absolutamente liberado.

Dejé que tus manos tomasen el control, escondí mi cara en tu cuello y busqué cobijo en tu aroma hogareño. Me permití encoger mi cuerpo, consideré la idea de que me acunaras en tu pecho y me permití bajar la guardia mientras me desnudé más allá de mi ropa interior.

Volví a escuchar la lluvia atentando contra la ventana, comencé a conciliar el sueño e hice de tu pecho mi mejor almohada. Te miré en la oscuridad, respiré de forma ahogada y susurré con los ojos inundados de verdad: "te quiero"