viernes, 18 de septiembre de 2015

La magia de una colilla en nuestro tejado.

Subí a nuestro tejado. Esa noche estaría solo, no habría sesión de cigarrillos y pitillos ajustados. Tras pasear por las tejas con torpeza, decidí sentarme y mirar al horizonte. Siempre adoré ver amanecer, pero eran las tres de la mañana y me tenía que entretener. Abrí mi botella de vodka, la alcé y susurré tu nombre a modo de brindis. Éramos dos incomprendidos, dos ovejas descarriadas que eran sin ser, que no querían ser, no querían caminar junto a la verdad. Éramos algo así como la revolución, esa opción que no eligen los que visten de moda y caminan al son de reggaeton.

Cuatro menos cuarto. Un cuarto de botella bebida, yo empezaba a ser sincero con las estrellas. Les comentaba el regreso de la magia a mi vida, la magia de verdad. No entiendo la unión conceptual entre magia y falta de realidad, no comprendo el creer que la magia es luz en la oscuridad ¿Y si la magia quiere ser bruma en la noche? Tal vez ni siquiera funciona con varitas, yo personalmente la encontré en las letras de diferentes artistas. Me encanta leer verdades a medias, frases incompletas, y escudos del autor que dicen sin decir. Me gusta leer a incomprendidos que no cuentan toda la verdad, que se dejan la tinta en el tintero, que disimulan con su pluma su alma rota.

Más de la mitad de la botella consumida. Me tumbo sobre las tejas, la comodidad es preocupante, no siento mi cabeza sobre el frío tejado. La luna me ilumina la cara, recuerdo cuando ambos nos sentamos en el tejado. Adoro esas noches, yo apoyado sobre su hombro y escuchando sus reflexiones sobre las tormentas. La gente corriente ve absurdo pasar una tormenta a la intemperie. Él y yo pasamos el invierno en aquel tejado viendo tronar y llover, también recuerdo que los relámpagos mecieron mi sueño sobre su pecho en aquel tejado estrecho más de una vez.

Me levanté con decisión. Mi zarandeo me hizo perder cada gramo de dignidad, terminé la botella y reí. Puse música en mi móvil y baile sobre la tejavana bajo las estrellas. La radio seleccionó canciones dramáticas, lloré riendo mientras tropezaba con cada teja. Yo era el jodido presidente, el que estaba al frente, yo gobernaba la república independiente de los incomprendidos. Éramos solo dos miembros; ambos sumábamos una gran diversidad, diferencias, polos opuestos, pero puentes fundamentales que nos convertían en infinitos. Bailé con torpeza hasta lo que recuerda mi cabeza.

Amanecí boca abajo en aquellas tejas. Tenía la cara rozada y cuatro colillas en el canalón del tejado. Él había venido a ver su amanecer, solo suyo, solo él terminaba el día cuando los demás lo empezaban. Él miraba cada día como los demás empezábamos nuestras monotonía. Su chupa negra, su pelo alborotado y su lenguaje mal hablado, así era él. Su pose de malote lo mantenía a flote, su revolución interna lo hacía mi mejor opción externa a la rutina diaria. Las tormentas y los amaneceres eran nuestro punto de encuentro, y él ya había terminado su día, el mío comenzaba con una resaca más. Cogí su paquete de tabaco, me encendí uno de sus pitillos y estire los míos tras colocarme bien la camiseta. Expulse el humo de la última calada, y observé el cielo encapotado. Esa noche iba a llover, tenía una cita obligada con él.

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