lunes, 6 de octubre de 2014

Contigo soy más yo que con nadie.

Me levanto cada mañana, y sigo en serie esas rutinas que algo o alguien me dicen que he de seguir. Me ducho, me visto (con más o menos estilo) salgo y sonrío. Me miro en los reflejos de los cristales, me juzgo en cada escaparate, y mantengo mi disfraz inerte ante todo ser expectante.
Y es que todos somos grandes interpretes, yo quizá más, pero no por aparentar... solo por ocultar.

Construí a lo largo de mi vida grandes murallas matizadas con miedos, decepciones, y muchos clichés de fracasos emocionales. Probablemente ese cerco construido lo cimenté en hechos contradictorios, en miedos inventados, y en poco riesgo para tanto amor propio que me tengo. Quizá por eso, a poco interés puesto, lograste tirar y atravesar en poco tiempo cada descosido de mi disfraz, y entraste de forma integra a mi personalidad. 

Detrás de esa muralla, cerco, disfraz... Solo había un niño al que se le olvidó jugar, que dejó el parque por miedo a caerse, que dejó de correr para evitar tropezarse, y que dejó de vivir aventuras por miedo a perderse. Pero tal vez eso era necesario, perderme.

Me perdí, me enamoré de la idea de estar enamorado, encontré al príncipe en los detalles reales, y viví cual adolescente escenas sorprendentes. Amanecí en brazos cariñosos, cómodos y acogedores, me sentí en algodones, y hasta me abordaron bonitas flores.

Sentí la distancia, viví el miedo al adiós, callé por evitar una mala situación, dije demasiado por no arriesgar a anhelar algo que ya era de verdad, y volví a buscar ladrillos para volver a cercar mi limite de seguridad. Miré sus ojos de abismo terminal, y mientras todo llegaba a su final abordé la idea de que no era miedo, era sinceridad.

Tiempo después me reflejo en sus ojos y pienso en que sabe todo, en que conoce cada recoveco, en que sabe que puntos tocar, y en que no se fue de mi lado pues para él ya no hay murallas que saltar. Y es que no hay que lucir una armadura para matar al dragón, solo seguir la sinceridad que palpite el corazón.

Los cuentos felices son historias sin terminar, y es que si terminan ya no son felices, espero seguir con este juego de miradas eternas, este vaivén de encuentros y sonrisas, esta eternidad breve que no termina. Y es que me gusta, y hasta la anhelo cuando no la tengo. Y es que me repito con los "y es que" pero es que nadie me conoce ya como tú... Contigo soy más yo que con nadie.



No hay comentarios: